Advierte Umberto Eco en Apocalípticos
e integrados o en su otro famoso libro de ensayos, Semiótica para escrofulosos (Taurus, 2001) que Robinson se desnuda
totalmente, nada hasta el barco encallado junto a la isla y luego se llena los bolsillos
de cosas útiles.
Eco es malvado y hace esto para
avergonzarnos a los millones de lectores de la obra de Deföe que no nos dimos
cuenta en su día de este lapsus calami.
No faltan los exégetas minuciosos que
sostiene que lo de los bolsillos no es sino una eufemística metáfora, que el
ingenioso Robinson iba realmente desnudo y usó como receptáculos las dos
cavidades de su cuerpo en que puedes guardar, transportar y luego recuperar
objetos: aquellas empleadas para comer y descomer.
Como transportó un sinfín de
adminículos sospechamos que tuvo que hacer bastantes viajes.
Otra interpretación puritana apunta que
llevaba pantalones. La desnudez del torso era suficiente para que un
conservador del siglo xviii considerase
en cueros al protagonista.
Yo pensaba hablarles de Viernes y de su
malsana pasión por Robinson (pues de otro modo no se explican los trabajos que
le hacía); el asunto de la desnudez nos encamina, empero, por otro derrotero:
el de la ambigüedad literaria. Preguntas tales como «¿Qué quería decir Deföe?»,
«¿Sabía Deföe lo que se hacía?», «¿Nadie advirtió el gazapo?», «¿Cuántos
niveles de lectura puede tener una novela?» o «¿Qué sentido tiene darle vueltas
a una majadería como ésta?» se agolpan en mi mente.
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